La pandemia terminará, como todo en la vida, pero ni el más extraordinario reportaje podrá reproducir el horror dentro de los hospitales, tampoco la desesperación y la impotencia de médicos, enfermeras y asistentes sin una cura en su poder ni tratamientos efectivos para salvar vidas.
A pesar de más de tres meses de guerra, el final aún está lejos para esta tragedia mundial.
Cuando todavía lo peor de la pandemia en Estados Unidos está por llegar, el Fondo Monetario Internacional –con cifras alarmantes- alerta sobre una Gran Depresión, similar a la del 1929. Tampoco descarta un rebrote del virus en algunos países que han superado el pico de contagios como China, Francia, Alemania, Italia y España. Lo que no significa tampoco que hayan terminado con el COVID-19
Otros analistas de las finanzas a nivel internacional coinciden en que de una Gran recesión, podríamos pasar a una Gran Depresión Económica.
Estados Unidos terminará, como se prevé, con el mayor impacto en vidas humanas y en su economía, hasta hace semanas, sólida, estable y con perspectivas de un crecimiento saludable, algo que no ocurría desde décadas anteriores.
De la solidez económica a una posible Gran Recesión
El desempleo permanecía por debajo del 4%, había niveles controlados de inflación, las reservas de combustibles y de energía en verde “plus” y la confianza de inversionistas en un cofre dorado.
Antes del brote del virus en China, Wall Street se jactaba de sus cierres positivos y su relativa estabilidad. En apenas semanas, toda esa felicidad económica desapareció y se transformó en pesadilla, sin un final cercano.
El tiempo borrará el dolor, borrará las cifras de muertes, pero no el recuerdo ni la preocupación de experimentar otra odisea. Y lo peor, el COVID-19 dejará secuelas que crearán otra pandemia: sentirnos prisioneros en un planeta, cuya oferta moderna es la posibilidad de morir por un contagio.
En las ventanillas de inmigración, cuando se reanuden los viajes a escala universal, habrá una lista mayor de países peligrosos por su poder de contagio, más que por terrorismo.
Ni la tan cuestionada efectividad del gobierno chino ha podido eliminar completamente el virus, y a medida que pasan los días el pánico se apodera de millones de personas a nivel global, al igual que en Estados Unidos.
En una reciente columna de Henry Kissinger, ex secretario de Estado y Asesor de Seguridad Nacional durante los gobiernos de Richard Nixon y Gerald Ford, publicada en el Wall Street Journal afirma: “Cuando la pandemia del COVID-19 termine, se percibirá que las instituciones de muchos países han fracasado. El hecho de que ese juicio sea objetivamente justo es irrelevante. La realidad es que el mundo nunca será el mismo después del coronavirus”.
“Si bien el ataque a la salud humana será —esperemos— temporal, la agitación política y económica que ha desencadenado podría durar generaciones. Ningún país, ni siquiera Estados Unidos, puede, en un esfuerzo puramente nacional, superar el virus”, agrega Kissinger.
¿Habrá un nuevo orden mundial?
Los más avezados ya predicen un nuevo orden mundial en el que China ha tomado ventajas innegables de esta crisis. Ha comprado acciones de grandes transnacionales a precios inimaginables semanas atrás. Múltiples economías en todo el globo terráqueo están cercenadas y su recuperación total tardaría años.
¿El brote del nuevo coronavirus fue un accidente? ¿Ocultó China a propósito información? ¿Preparó un ataque global con el COVID-19? ¿Intentó el gobierno controlar el brote del virus en silencio y se les hizo imposible? Estas interrogantes rondan en círculos oficiales, gobiernos y población en general. Incluso, ya se alistan demandas, entre ellas, dentro de Estados Unidos. Pero tal vez, nunca sabremos la verdad. En un sistema comunista todo perdura en secreto y quien decide hablar, desaparece.
Más allá del costo en vidas humanas, enfermos y recesión económica global por el nuevo coronavirus, llegará la que podríamos llamar la “otra pandemia” y tal vez sea peor.
El COVID-19 ha revolcado la gestión y administración de más de 190 países, entre ellos Estados Unidos, y lo más peligroso es que ha demostrado a terroristas que un resistente virus supera la efectividad de explosivos, de incluso armas de destrucción masiva.
El nuevo coronavirus ha paralizado al mundo. No un día, ni dos, sino semanas y podrían ser meses. Al ser invisible y altamente contagioso ha sembrado el pánico, por encima de guerras, de ataques como el 9/11 y masacres con gas químico, como en Siria.
Nueva York y Nueva Jersey son ahora el epicentro nacional de esta pandemia, sin que Italia, España y el resto de los países –incluso China- hayan ganado sus guerras. El desgaste socioeconómico es visible y empeora por días.
Países como México y Ecuador experimentan ya la tragedia en el continente americano, sin un pronóstico definido.
EEUU importa una amplia lista de productos agrícolas y manufacturados de Latinoamérica, es una fuente de abastecimientos para mercados estadounidenses en todas las épocas del año. Y en medio de la escasez, subirán aún más los precios, como ocurrió en la Gran Recesión del 2008, cuando el desempleo escaló hasta un 10%. El secretario del Tesoro, Steve Mnunchin, opina que esta vez llegaría al 20%.
El virus seguirá ahí cuando retornemos a la «normalidad»
El sur de Florida podría convertirse en el próximo epicentro de la pandemia, según las previsiones de la Universidad Johns Hopkins y como algunos aclaran “este no será el fin del mundo”, pero sí el comienzo de una nueva era. A partir de aquí, naciones como Estados Unidos triplicarían sus fondos en investigaciones científicas para evitar un brote similar en el futuro.
Regresaremos en muchos lugares a la paz y a la normalidad en algún momento, pero una paz permeada de temores, de cambios sociales y de relaciones humanas impensables; quedaría saber por cuánto tiempo, o si será definitiva.
El virus no solo ha frenado la economía mundial, sino las ya precarias relaciones familiares y sociales, en un mundo agitado y controlado en más de un 80% por la tecnología, que si bien ha facilitado el acceso a la información y el confort, nos ha separado. El virus nos ha forzado a evitar el contacto físico; a cubrir con máscaras nuestros rostros, a vernos de lejos o mejor por internet; un beso es ahora algo irresponsable y los abrazos están prohibidos… ¿Por cuánto tiempo? ¿Alguien lo imaginó?
Algunos consideran alarmistas las proyecciones de un futuro cercano, pero la realidad es más poderosa que las opiniones y vaticinios de pesimismo o triunfalismo.
Cuando se autorice el regreso a la supuesta normalidad, el COVID-19 continuará ahí afuera, con la misma capacidad de exterminio y múltiples preguntas de nuestro lado: ¿Regresaremos de inmediato a un concierto en el Madison Square Garden en Nueva York?, ¿a un partido de básquet o un concierto en el American Airlines Arena en Miami?, ¿a un teatro o a un cine abarrotados de público? ¿Estaremos hombro con hombro en un festival Ultra? ¿Caminaremos por Disney World entre la multitud de siempre?… Lo haremos, pero tomará tiempo.
La precaución y el temor de un nuevo brote tampoco serán buenos aliados de los más de 100 millones de turistas que –como promedio- visitan Florida cada año y la convierten en su principal industria, ya devastada sin concluir la pandemia.
Las ayudas no serían suficientes
A pesar de las vitales ayudas del gobierno en EEUU, impulsadas por la administración Trump para proteger empleos mediante préstamos con el beneficio de no ser devueltos, experimentaremos más despidos y cierres totales de negocios a nivel local, estatal y en todo el país; pasaremos por las amargas anécdotas de millones de familias estadounidenses envueltas en un “SOS” para no perder sus propiedades o pagar sus cuentas.
Un estudio de la firma británica Oxford Economics estimó que más de 305.000 trabajadores vinculados a la hotelería perderán sus trabajos en Florida por la crisis sanitaria, un cálculo catalogado de conservador.
Más de 367.000 millones ayudarán a pequeñas y medianas empresas para mitigar el impacto de la epidemia, pero si la propagación del virus se extiende, ese respaldo financiero resultaría insuficiente, al igual que el incentivo de 1.200 dólares por contribuyente y 500 por cada hijo menor de edad.
El instinto de supervivencia humana hace borrar capítulos negros de la mente; no olvidamos, solo cambiamos el foco de atención para vencer el miedo, a vivir de forma perenne en pánico y a no desear ser parte de las estadísticas nefastas de un acontecimiento.
Mientras asumamos ese proceso natural, el COVID-19 nos recordará por mucho tiempo que no somos tan fuertes. Que si el mundo se paralizó una vez, puede ocurrir nuevamente. Que si decenas de miles murieron en el planeta, no fue sensacionalismo de la prensa, ni ficción.
El daño final en vidas humanas, desastre económico y en secuelas psicológicas de esta pandemia ya es -por infortunio- una enorme garantía; y marcarán nuestras vidas, tal vez generaciones, nadie sabe. Todo acabará un día, pero ese día podría ser el más extenso que vivamos, posiblemente, en el siglo XXI.
By Leomoralesdla@gmail.com
Diario las Américas