Juan Loyola

0
824

Juan Alberto Loyola Valbuena, nació en Caracas el 9 de abril  de 1952, era hijo de Juan Luís Mario Loyola y Auristela Valbuena, desde niño se residenció en Catia La Mar, estado La Guaira. Realizando todos sus estudios en este municipio hasta graduarse de bachiller en el Liceo José María Vargas de Maiquetía, ya para esta época de estudiante tenía desarrollada su capacidad artística, ya  que organizó en este liceo su primera  exposición en 1968.

Fue artista de medios mixtos, autodidacta de breve incursión por la Escuela de Artes Cristóbal Rojas.

Para el año 1975 se traslada a Margarita buscando hacer fortuna en el campo comercial, materia que dominaba con propiedad por acompañar en las exitosas empresas de su madre en La Guaira, donde residía desde muy pequeño. Porlamar le dio herramientas y motivos para emprender un periplo creativo dentro de la plástica nacional

La incursión de Juan Loyola en el territorio de las artes visuales margariteñas no fue invasión, sin embargo transformó la geografía artística de la isla, tras inaugurar su galería “La piel del cangrejo” (1976) desde donde mostró la contundencia de un planteamiento plástico de vanguardia, junto a otras jóvenes promesas del arte latinoamericano y reconocidos maestros  nacionales que confluyeron en un momento interesante para la plástica insular.

Activista provocador, Juan Loyola forma parte de la generación de artistas que accionó en la escena local durante la pasada década de los ochenta. Se le identifica esencialmente por una serie de intervenciones en el espacio público donde despliega sus reflexiones en torno al ideario nacional y la denuncia de las fracturas, desgaste y demagogia que rodea a las instancias del poder.

En 1983, su Homenaje bicentenario para un Libertador que no descansa en paz, recibió el premio de arte no convencional, compartido con el grupo Praxis, en el XLI Salón Arturo Michelena; en esa ocasión ejecutó uno de sus memorables perfomance.

Se efectuaba la premiación del evento, en la Casa Guipuzcoana, una de la más significativas edificaciones coloniales del país, y era sede importante de eventos culturales, para la premiación se encontraban presentes diversas autoridades, y Loyola se presentó en el lugar con gran estruendo, luego de haber rodado por diferentes espacios públicos de Caracas una gigantesca rueda hueca, llena de chatarra ruidosa, que representaba a la moneda nacional, con consignas que molestaban a las autoridades, y enviarla luego al salón.

En una de sus últimas entrevistas, concedida en 1998, anunció que su estado de salud era delicado. Su corazón funcionaba sólo en un 28% de su capacidad y consciente de que el fin se acercaba, manifestó.

«Pero no estoy triste, ni amargado, ni desamparado. No tengo rabia ni odio. Siempre viví en emergencia. Renuncié a las galerías, a los museos, a los críticos y a todo ese circo, sólo por la palabra libertad, aunque esa libertad me costara más de la mitad de mi corazón».

La ausencia de Loyola en la colección de los principales museos del país ha impedido un estudio más profundo de su obra. Salvo 35 fotogramas del performance Volver a nacer, 1983, en la colección del Museo de Arte Contemporáneo Francisco Narváez y la obra objetual Tengo un nudo en la garganta, 1982, colección Museo de Arte Contemporáneo Mario Abreu, el resto se encuentra disperso entre coleccionistas y un importante volumen de sus archivos bajo la custodia celosa de sus familiares.

Esto ha provocado que la mayoría de los acercamientos a su obra fluctúen entre la mistificación ciega, la indiferencia y algunos intentos de canibalización oficial, hasta ahora infructuosos, para erigirle como especie de tótem fundacional que llene un presente vacío de referencias visuales, carente de imágenes propias, impidiendo una visión equilibrada de su trabajo, como igual ocurre con buena parte de la producción de los artistas no convencionales contemporáneos a Loyola.

La conciencia de trabajar al margen de los espacios legitimadores, e incluso la certeza de que tardíamente ingresaría en los mismos, (si acaso llegase a ocurrir), no impide que pruebas de sus acciones lleguen a nuestras manos gracias al registro fotográfico, vídeos y publicaciones impresas realizadas por los propios artistas como herramientas complementarias de dichas acciones. (El caso de Claudio Perna, quien dona su Autocurrículum a la biblioteca del MoMA, Museum of Modern Art, de Nueva York, es singular).

Fuentes:

http://patrimoniodevargas.blogspot.com http://vuelvetemovil.blogspot.com

Haz un comentario

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí