Aunque muchos ya conocen famosos premios Pulitzer, poca gente conoce el personaje que hay detrás de ese apellido húngaro que cambió el mundo del periodismo. Un joven Joseph Pulitzer, nacido el 10 de abril de 1847, puso rumbo a Estados Unidos con tan sólo 17 años y sin tener ni un mínimo conocimiento de inglés.
El pasaje se lo pagaron unos reclutadores norteamericanos que buscaban soldados para luchar en la Guerra de Secesión. Al terminar la contienda, y para sobrevivir, Pulitzer desempeñó varios oficios, y acabó viajando como polizón a Missouri, donde trabajó durante un tiempo como mesonero y aprendió inglés por su cuenta.
Pulitzer fue víctima de una estafa cuando respondió a un falso anuncio de empleo en el que se solicitaban jornaleros. Un periodista que trabajaba para el Westiche Post, un periódico publicado en alemán, descubrió el engaño y le pidió que escribiera una crónica relatando su experiencia. Y así lo hizo.
Pulitzer contó cómo él y el resto de personas contratadas fueron abandonadas a 60 kilómetros de Saint Louis, y tuvieron que volver andando durante tres días y sin los cinco dólares de depósito que les habían pedido como fianza.
El director del periódico quedó impresionado con el artículo e inmediatamente lo contrató. Cuatro años después, Pulitzer dejó el periódico para estudiar derecho y ejercer como corresponsal para el New York Sun.
Años más tarde, pudo comprar el Saint Louis Evening Post y el Evening Post, que refundó como el Post Dispatch. Pero sus ambiciones periodísticas no terminaron ahí. En 1887, adquirió el New York World, que se hizo famoso gracias a sus artículos sensacionalistas.
Debido al éxito, lanzó una edición vespertina: The Evening World. Las dos ediciones incluyeron como novedad la publicación de tiras cómicas; la primera fue una tira titulada El chico amarillo, creada por el dibujante Richard F. Outcault.
La cobertura mediática que ofrecieron Pulitzer y Hearst del hundimiento del acorazado Maine, hecho que desencadenó la guerra de Estados Unidos y España, fue abrumadora. Como la información obtenida no era fiable y no podía ser contrastada, Pulitzer y Hearst acabaron por inventarse la mayoría de las noticias.
Esta falta de ética profesional y el desprecio absoluto por el periodismo responsable demostrado por ambos está en el origen de lo que hoy se conoce como «prensa amarilla».
Pese a su controversial figura y sus métodos profesionales, la escuela de periodismo de la Universidad de Columbia se funda gracias a una herencia dejada por Pulitzer, y los premios que llevan su nombre son, hoy en día, sinónimo de buen periodismo.
Fuente: National Geographic